martes, 21 de junio de 2011

Genesis de Las Principales Ciudades Antiguas- 4° medio

 Grecia
En la antigua Grecia, la cultura se decanta por el pensamiento racional, por la autonomía racional del hombre. Para los sofistas como Protágoras, el hombre es la medida de todas las cosas, por tanto, la ciudad debe de estar también a la medida del hombre. El racionalismo impregna tanto al pensamiento político griego como al filosófico que, en cuanto tal, se inicia en ese momento. El inicio del pensamiento urbano se suele situar por los estudiosos en las ciudades ideales de Platón y Aristóteles. La ciudad es, para Platón, un espacio para la vida social y la vida espiritual y debe estar encaminada a elevar a los hombres a la virtud. Platón diseña hasta tres modelos de ciudades teóricas o ciudades ideales, siendo su característica común la planta circular que muchos autores atribuyen a influencias indoarias en el pensamiento platónico; en concreto, al símbolo mandálico del círculo utilizado por la mitología hindú para expresar la forma del macrocosmos y del microcosmos.
Aristóteles acentúa el carácter político de la ciudad y la define como un conjunto de ciudadanos, de manera que la ciudad no es, en realidad, un espacio físico determinado, sino un conjunto de hombres libres ejerciendo en común sus libertades públicas, siendo el espacio un aspecto secundario. Esta visión política de la ciudad que refleja Platón en su famosa República, responde al modelo de la polis griega (ciudad estado), donde el ágora es el elemento fundamental, el espacio donde los ciudadanos ejercen sus libertades públicas. El ágora se sitúa en la ciudad aristotélica dentro de un recinto circular, es decir, con forma de mándala hindú como en la ciudad platónica, donde los elementos defensivos definen la separación entre vida de la polis y el exterior.
Junto al ágora, destacan en la ciudad griega la relevancia de sus templos, palacios, museos, gimnasios, teatros, parques urbanos, bibliotecas. Todo ello constituye un conjunto armónico que responde a la geometría espacial de la época. Otro elemento importante que aparece en el urbanismo griego es la vía monumental o vía principal de la ciudad, sobre la que se alinean las edificaciones más importantes.
 La ciudad romana
Las ciudades romanas fueron herederas del urbanismo griego, de sus criterios de racionalidad, funcionalidad, armonía y orden. Recogieron también la tendencia griega al cercamiento de los espacios y el valor de la perspectiva o visión de conjunto. En la ciudad romana destaca en primer lugar el foro, después los templos y palacios, las termas, los anfiteatros y los circos, así como el arte urbano, que es en Roma más psicológico y extravertido que el griego, más estético e interiorista. Pero la aportación romana más original se halla en los campamentos militares, como corresponde al sentido práctico de esta civilización. Hay que distinguir entonces entre la ciudad de Roma propiamente dicha y las ciudades incorporadas al imperio romano, es para estas ciudades que el plan castrense desarrolla una estructura urbana, especialmente pensada para controlar militarmente la ciudad tomada. Estas ciudades sometidas al yugo romano deberán ceder su propia tradición urbana a las condicionantes impuestas por el urbanismo romano, donde se encuentra de forma característica el desarrollo de las dos calles principales, ortogonales con orientación este-oeste (decumano) y norte-sur (cardo) permitiendo el desarrollo del Foro como ensanchamiento del punto de cruce de ambas calles. Estas ciudades se amurallaban y las dos calles en cruz remataban sus extremos exteriores en cuatro puertas de entrada y control a la ciudad. Otro elemento importante en el desarrollo de la ciudad lo constituye el Acueducto, pieza de ingeniería hidráulica que confiere a cada ciudad un desarrollo particular en su morfología y paisaje dependiendo de su acceso, recorrido, necesidades de altura, así como del desarrollo de las pilas o bancos de agua limpia que se repartían por la ciudad para proveer del líquido a la población.
Antigüedad Tardía
La crisis del siglo III supone la crisis de la ciudad clásica en la mitad occidental del Imperio. Las sucesivas invasiones, que se convirtieron en un fenómeno de larga duración hasta el siglo VIII, obligaron a costosas inversiones defensivas, visibles en el amurallamiento (un buen ejemplo son las murallas de Lugo). Junto con otros cambios sociales y políticos internos del Bajo Imperio Romano (rebeliones como las bagaudas), la ciudad decayó en importancia: las élites urbanas procuraron eludir el aumento de la presión fiscal y optaron por la ruralización. Instituciones que constituían el corazón de la vida urbana como los collegia de oficios (similares a gremios) y las autoridades públicas (ediles), sometidos al principio hereditario forzoso para controlar la recaudación de impuestos, son vistos ya no como un honor ventajoso, sino como una carga. Es el momento en que las villae del campo se hacen más lujosas, basadas en la autosuficiencia, lo que no hace sino romper los vínculos que conectaban el campo con la ciudad y la red de ciudades con Roma, la capital. Las ciudades, con mucha menos población, ven desaparecer las funciones lúdicas, sociales, políticas y religiosas de sus grandes hitos urbanos (anfiteatros, termas, templos, basílicas), en beneficio de nuevas funciones religiosas en torno a la imposición del cristianismo, nueva religión oficial a partir de Teodosio. El obispo pasa a ser la principal autoridad urbana.
La desaparición del Imperio en el siglo V sólo reforzó una tendencia ya comenzada. La Alta Edad Media en la Europa Occidental verá el establecimiento de los reinos germánicos. El Imperio de Oriente o Bizantino, en cambio, mantuvo durante todo el periodo una vida urbana más intensa, junto con las conexiones comerciales a larga distancia y la autoridad central.
Toda la cultura europea durante la Edad Media tiene un acusado carácter agrícola. La ciudad medieval es una ciudad amurallada que aparece como lugar cerrado dentro del paisaje agrícola y forestal, sirviendo de fortaleza defensiva y refugio de sus habitantes y campesinos del entorno, a la vez que constituye el mercado del área de influencia.
Durante la Alta Edad Media, caracterizada por las sucesivas oleadas de invasiones que se sucedieron hasta el siglo X (germanos, musulmanes, vikingos, húngaros), continuó el proceso de ruralización que se remonta a la crisis del siglo III e impone el feudalismo. La principal autoridad en las decaídas ciudades romanas fue la del obispo. En cambio, en la Europa bárbara, a la que no llegó el Imperio Romano, tiene lugar en estos siglos una lenta extensión de las formas propias de la civilización romana-cristiana, y el surgimiento de nuevas ciudades.
En el burgo tiene lugar el surgimiento de actividades distintas a las agrícolas que favorecen el florecimiento de una economía monetaria y la especialización de los trabajos (gremios), constituyendo un marco heterogéneo donde el hombre rural se libera de sus dependencias ancestrales (servidumbre feudal) gracias al anonimato (Stadtluft macht frei -el aire de la ciudad te hace libre-) y a las posibilidades que ofrece la ciudad como centro de producción de los distintos saberes de la época. Las universidades juegan a partir de los siglos XII y XIII un papel destacado en el desarrollo de la cultura que se refleja en las ciudades, sobre todo en los conjuntos urbanos que aparecen junto a ellas.
Las ciudades más prósperas de la Baja Edad Media debieron su desarrollo al comercio a larga distancia que reconstruyó sus rutas a partir de las Cruzadas y el avance de los reinos cristianos frente a los musulmanes en la Reconquista española y el sur de Italia (normandos en Sicilia), que hizo que el Islam perdiera su anterior dominio de gran parte del Mediterráneo. Eso permitió que ciudades-estado del norte de Italia como Venecia, Pisa y Génova experimentaran un gran auge, y de forma similar otros puertos del Mediterráneo Occidental como Nápoles, Barcelona, Valencia o Marsella. Constantinopla siguió siendo la ciudad cristiana más poblada e importante, por delante de las más modestas capitales occidentales (las mayores Roma y París). En el norte de Europa se desarrollaron las ciudades hanseáticas del Báltico y el Mar del Norte (Hamburgo, Lübeck) que llegaban en su influencia hasta el sur de Inglaterra (Londres) y las ricas ciudades de Flandes (Brujas, Amberes); que a su vez se conectaban por el Rin (Colonia, Basilea) y las ferias de Champaña con Milán y el resto de las ciudades italianas. El control del estrecho de Gibraltar permitió la ruta marítima que conectaba el núcleo italiano con el flamenco a través de Sevilla, Lisboa y los puertos castellanos del cantábrico (Santander, Laredo, Bilbao), conectados a través de Burgos al interior de la Meseta, donde se abrieron rutas paralelas a las de la Mesta (Valladolid, Segovia, Toledo) y las ferias de Medina del Campo.
 La ciudad renacentista
Las concepciones aristotélicas y platónicas sobre la ciudad permanecerán en el pensamiento urbanístico posterior. Así, el auge del pensamiento racional durante el Renacimiento determinó un resurgir de estas ideas. Se trata ahora de una ciudad señorial donde los hombres se dedican a cultivar las artes y las letras, en la que vuelve a resurgir el ágora como centro público donde compartir los conocimientos. Una ciudad donde el arte urbano adquiere un protagonismo importante, cuyas calles invitan al paseo y a la conversación. Los mejores ejemplos de este tipo de ciudades son Florencia y Venecia en Italia.
La ciudad barroca
En el barroco se produce un cambio radical en el modo de entender la ciudad. El espíritu de la “ciudad-estado” cerrada en sí misma que de un modo u otro había subyacido en la ciudad medieval y en el Renacimiento, desaparece para dar paso a la ciudad capital del Estado. En ella, el espacio simbólico se concibe subordinado al poder político, cuyo papel sobresaliente tratará de destacar la arquitectura urbana mediante un nuevo planteamiento de perspectivas y distribución de espacios. Los elementos formales cobran fuerza frente al carácter humanista de la polis griega.
 La ciudad industrial
A partir de la segunda mitad del siglo XIX, el funcionamiento del sistema económico mundial experimenta una serie de cambios, cuya influencia se hará sentir sensiblemente en la nueva imagen que adquirirán las ciudades europeas.
El proceso colonial y la consecuente apertura de nuevos mercados amplían la geografía económica de Europa y hacen surgir un nuevo modo de entender la actividad empresarial. Nacen ahora fenómenos de concentración industrial, que requieren de nuevas técnicas de gestión empresarial tendentes a reducir gastos corrientes, todo ello en un marco productivo mucho más amplio, basado en la obtención de nuevas fuentes de energía, el transporte, la división del trabajo y la mecanización, donde las funciones directivas y el volumen de actividades comerciales y financieras adquieren una enorme importancia.
Resulta ahora necesario poner al servicio de la producción nuevos medios tecnológicos, nuevas condiciones de accesibilidad y, sobre todo, una nueva distribución del espacio. La entrada en escena de la energía eléctrica favorece el surgimiento de las coronas periféricas de las ciudades, cuyos suelos vacantes son ocupados por los nuevos asentamientos industriales y laborales, dando lugar a una nueva concepción de separación espacial entre producción y gestión.
La población urbana se distribuye formando arcos más o menos amplios en torno al núcleo urbano, en un movimiento centrífugo. En el arco exterior se sitúan las crecientes masas residenciales, constituidas por la nueva mano de obra inmigrante que exige el funcionamiento del aparato industrial. Son los “barrios obreros”, típicos de los extrarradios de las grandes ciudades, densamente poblados, con escasos servicios y en general con pocas condiciones de habitabilidad. En estos barrios se concentra la masa laboral, que comparte el espacio periférico con las grandes e insalubres instalaciones industriales.
En este modelo radial de ciudad, los espacios centrales van a alcanzar inusitados valores de posición. En efecto, al mero aprovechamiento urbanístico del suelo, es decir, a la posibilidad de construir o edificar en el mismo, se va a añadir ahora un nuevo valor: la renta inmobiliaria asociada a la posición del suelo. Este valor añadido permitirá al capital asegurar la estabilidad del beneficio a largo plazo.
Hasta la llegada de la Revolución industrial la intervención de los poderes públicos en el campo urbanístico había sido muy limitada, en su mayor parte se trataba de medidas orientadas a la sanidad y a la reglamentación de las edificaciones situadas en los conjuntos monumentales o en áreas centrales de la ciudad. Ahora, el nuevo entramado de intereses nacido al amparo del “desarrollismo industrial”, convertirá al urbanismo en una trama social y política, donde los poderes públicos tendrán que intervenir para reducir las tensiones que se generan en este campo cada vez más conflictivo.
El agrupamiento de las fuerzas obreras, consecuencia de la propia concentración fabril, favorece la conciencia de clase y la demanda social. Esta fuente de conflicto dentro de un medio urbano creciendo sin control pone en peligro el binomio empresa-territorio. Es necesario, por lo tanto, recurrir a la intervención de entes administrativos públicos para solucionar los nuevos problemas urbanos, mediante medidas de organización administrativa del territorio.
Bibliografía : Lader Quezada, Miguel Ángel. La ciudad medieval (1248-1492). Universidad de Sevilla. Secretariado de Publicaciones.
R.H Barrow, Los Romanos, fondo de cultura económica, México Df, 1995.
G.K Chesterton “Breve historia de Inglaterra”, Barcelona 2005.